jueves, 26 de febrero de 2015

Mi droga.

Nunca había sido partidaria de las drogas, pero sentía lo que estas causaban a los que intentaban abandonarla.
Lo malo es que la droga la había abandonado a ella.
Ya no estaba.
Ya no más. 
La droga es mala, todos le decían eso desde que tenía uso de razón. Pero se había enamorado, y todo el dolor que la invadía parecía no tener fin; no tener alivio.
Tómate uno. 
Después de veinte años, parecía que la droga no era tan mala.
Que la droga podría salvarla.
No era ni mucho menos el primer amor que se le escapaba entre las manos, pero sí el único que la había hecho flotar en el aire. Y su ausencia dolía tanto como cien puñales retorciéndose dentro de su carne mientras ella contemplaba consciente el dolor.
Se había enamorado pero su droga había pasado a ser la droga de alguien distinto.
Y ahora estaba tumbada en aquel sillón, contemplando helada la fachada natural de estrellas que se cernía sobre la ciudad. En otro momento hubiera podido apreciar lo bonito que era el cielo estrellado, hubiera podido sentir el dolor del frío que le calaba los huesos. Pero últimamente no le hacía caso a los demás, y la droga adormecía su cuerpo.
Ya no estaba él.
Y ya no estaría ella.